22.10.14

Los huecos y los persas

Intervención del filósofo y escritor Antonio Alba Rico en la Asamblea Ciudadana de PODEMOS en Vistalegre de Madrid, el pasado domingo 21 de octubre (fuente: Atlántica XXII)

Es difícil no sentirse emocionado contemplando Vistalegre desde esta posición, pero también es difícil no sentirse un poco fuera de lugar. La única manera de justificar mi presencia en esta tribuna es contar la verdad. El equipo organizador de este acto, cuyo esfuerzo titánico merece más de un aplauso, me ha urgido en el último momento con el único argumento que me podía convencer. Me han dicho: "Hay que llenar un hueco". No han elogiado mi verbo florido ni mi inteligencia política. Me han dicho "hay que llenar un hueco" y entonces yo he pensado que nada resumía mejor el espíritu, el impulso y hasta el programa de Podemos que esta frase; que si he venido apoyando a Podemos desde el principio, si tanta gente se ha incorporado y se incorpora a Podemos es porque Podemos -todos nosotros- hemos venido a llenar un hueco mucho más grande que este recinto.

En realidad son varios huecos. ¿Qué huecos son esos? En primer lugar el hueco que fuerzas extrañas y hostiles nos vienen robando desde hace décadas. Hace muchos siglos Ciro el Grande, tirano de Persia, mientras pensaba en conquistar Grecia, despreciaba a los atenienses, un pueblo -decía- en el centro de cuyas ciudades hay un hueco. Ese hueco los griegos lo llamaban ágora, la plaza pública, el lugar vacío en el que los ciudadanos libres se intercambiaban bienes, palabras y argumentos y donde, sobre todo, se decidía en común el destino de la ciudad. Este lugar estaba, en efecto, vacío o hueco, como recuerda siempre el filósofo Carlos Fernández Liria, en el sentido de que allí no se dejaban entrar ejércitos ni dinero ni conveniencias tribales sino tan solo razones, discursos y principios. Ese lugar era un hueco porque estaba libre de violencia, libre de las dictaduras de los mercados, libre de intereses privados ajenos a la libertad y el bienestar de todos.

Pues bien, ese hueco que los soldados persas querían ocupar y cerrar es hoy -podríamos decir- el Parlamento, las instituciones democráticas, la democracia misma en todas sus expresiones y toda su extensión. ¿De qué está lleno el Parlamento hoy? ¿Quién ocupa hoy ese hueco en España? No, desde luego, los ciudadanos con su ropa tendida al aire libre, sus pequeños dolores y sus grandes ambiciones de normalidad, no la palabra libre de las mujeres y hombres desarmados que buscan al mismo tiempo un refugio contra la lluvia y una cuna para la justicia. No, ese hueco -el Parlamento y sus instituciones- lo llenan los persas y sus soldados, fuerzas enemigas que nos gobiernan además desde el extranjero: el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo, los mercados financieros que nadie ha elegido, todas esas fuerzas extrañas y hostiles que nos dicen en qué tenemos que emplear nuestros ahorros, cuánto tiempo vamos a vivir, si podemos permitirnos o no llegar a fin de mes, si podemos seguir viviendo o no en nuestro propio país, si podemos dar o no estudios a nuestros hijos. Persas son los bancos, persas son los paraísos fiscales, persas son las agencias de evaluación, persas son también los políticos corruptos que facilitan los desahucios de familias con niños mientras se gastan nuestro dinero en fiestas y puros habanos. Persas son Esperanza Aguirre, Mariano Rajoy o Pedro Sánchez, aunque sus nombres y sus apellidos parezcan españoles.

Podemos ha venido para volver a llenar de decisiones libres ese hueco que desde hace tanto tiempo ya están ocupando los persas.

Pero Podemos viene a llenar también los huecos que los persas abandonan. Me refiero desde luego a los hospitales abandonados, a las escuelas abandonadas, a las pequeñas empresas abandonadas, a los servicios públicos abandonados, todas esas fuentes irrenunciables de dignidad material que siguen funcionando gracias al esfuerzo constante y renovado, siempre al filo del abismo, de médicos, enfermeras, maestros, funcionarios, recogedores de basura, conductores de autobús, pequeños comerciantes, etc. Cuando se habla pomposamente de emprendedores e iniciativa privada, se olvida que la iniciativa privada no está en Iberdrola, Telefónica o en Repsol -no, desde luego, en sus cargos directivos y grandes accionistas- sino en las puertas de los colegios, en las cocinas de las casas, en los ambulatorios médicos, en los pequeños comercios, en los inmigrantes que cuidan a nuestros mayores y por supuesto en los parados que buscan trabajo y en los jóvenes que abandonan España porque no lo encuentran; en definitiva, en todas esas personas que llenan todos los días los huecos que van abandonando los persas que han invadido las instituciones del Estado. Podemos es el resultado de la iniciativa de la gente que llena esos huecos, de esa gente que se dice a sí misma todos los días: hay que llenar ese hueco.

Pero hay un tercer hueco. Porque Podemos extrae su inspiración, su impulso y su programa de ese común hueco ético que los persas nunca han querido ocupar porque siempre lo han despreciado. Me refiero al hueco donde se depositan los besos, al hueco donde crecen las parras, al hueco donde germinan y se acurrucan los grandes pequeños principios: el amor, la solidaridad, la dignidad, los cuidados, la palabra, la justicia; en definitiva los huecos que llamamos pechos humanos y también derechos humanos. Podemos brota de ese hueco para llenar los huecos que nos han robado los persas -democracia y soberanía- y los huecos que los persas han abandonado con todos sus habitantes dentro -los hospitales, las escuelas, las bibliotecas, los barrios-.

Todos los cuentos comienzan con un "había una vez". Había una vez un príncipe, había una vez una niña, había una vez un campesino. Este "había una vez" es una manera de convertir un hecho ejemplar y pretérito en algo al mismo tiempo concreto y presente. Es esa niña que se llama, por ejemplo, Caperucita. Pues bien, nunca un cuento se ha atrevido a narrar una aventura colectiva porque la idea misma parece contradecir el formato. Pero atrevámonos y digamos "había una vez mucha gente" y de pronto la gente se vuelve también concreta, irreemplazable, insustituible, esa gente, esta gente, esta gente viva y tangible que emprende una aventura llena de obstáculos. Pero pronunciar "había una vez" para empezar a narrar el cuento de Caperucita implica también que, mientras empezamos a narrarlo, la aventura ya ha acabado y que, aún más, ha acabado bien; solo podemos decir "había una vez una niña" cuando Caperucita se ha salvado de las fauces del lobo y, de regreso a casa, disfruta de un tazón de leche caliente. Cuando decimos "había una vez" asumimos ya esas dos evidencias que el gran escritor inglés Chesterton asociaba a los cuentos de hadas: primero, que los ogros existen; segundo, que podemos vencerlos. Podemos. Ojalá muy pronto -tiene que ser ahora, el año que viene- recordando este acto de hoy, con un tazón de leche (o un vaso de cerveza) en las manos, se pueda contar un cuento que comience así: "Había una vez mucha gente que decidió volver a llenar todos los huecos".

¿Podremos? Este acto de ayer y de hoy demuestra que estamos ya pudiendo.

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